Pablo Montoya es un escritor colombiano que me parece interesante, sus libros resultan ser entretenidos y presentan una gran cantidad de información que transita de la ficción a la no ficción de maneras muchas veces imperceptibles.
Debo admitir que hasta ahora solo he leído dos de sus libros: «Tríptico de la infamia” y “La sombra de Orión”. Del primero debo decir que me ha cautivado: el autor escribe de forma clara y contundente. Los pasajes de la obra y el contenido estético de la misma, incluido el propio uso del lenguaje, lo hicieron para mí un libro muy atractivo. Del segundo, aún no sé muy bien que decir y esta entrada buscará dilucidar justamente mi experiencia con este libro. Cabe anotar que durante la lectura y al terminarla, he tenido un dejo de amargura en la boca.
Y con esto último no me refiero a las características del libro o la forma de escritura usada en él, si no a la historia misma, un relato lleno de la violencia que ha sido insigne de la historia colombiana y que de alguna manera ha tocado a todos mis compatriotas tarde o temprano.
La Sombra de Orión hace referencia al proceso de pacificación de las comunas de la ciudad de Medellín que fueron efectuadas por medio de diferentes operaciones militares/policiales/paramilitares. En otras palabras, fueron operaciones realizadas por las fuerzas armadas de diversos gobiernos de turno en aras de mitigar el impacto de las fuerzas revolucionarias (guerrilleras) que buscaban establecer territorios de lucha armada urbana, alejándose un poco de la estrategia que por décadas habían desarrollado las guerrillas y que se fundamentaba en una lucha en las zonas rurales.
Pero bueno, explicar eso es historia patria. Esa realidad ha sido el pasado, y el presente continuo de al menos 4 generaciones de colombianos.
El caso es que Pablo Montoya narra de forma casi personal los hechos ocurridos entorno a esos procesos de pacificación y, en particular, lo suscitado por la Operación Orión que fue la apoteosis de la llamada seguridad democrática que la derecha colombiana (que ha gobernado durante los últimos 40 años a Colombia) ha pretendido usar como bandera política durante las dos décadas del siglo XX.
La obra narra acontecimientos del antes, el durante y el después (por no decirlo de otra manera) de la operación. Algunos capítulos se narran en primera persona y otros en tercera. Y cabe destacar que todo un apartado está dedicado a la voz de los muertos o los desaparecidos por los diversos episodios de violencia infame que aconteció en ese contexto.
Antes de leer este libro revisé un montón de comentarios que otros lectores, e incluso de críticos literarios, han hecho sobre esta obra. Es gracioso que una gran mayoría de ellos mencionen que es un libro excesivo, tanto en su narrativa como en su estructura. Algunos dicen, por ejemplo, que le sobran muchos capítulos, que con el primer capítulo y uno más que fue dedicado a la «escombrera» (lugar que en la obra hace referencia al sitio en donde sepultaban o abandonaban a los desaparecidos), hubiese sido sufiente. Otros, un poco más timoratos a mi parecer, mencionan que el libro sobrepasa la realidad de Medellín, y que como es usual en el argot popular colombiano (entiéndase para esto el territorio conocido como Antioquia y sus adhesiones autoproclamadas olímpicamente como «paisas») esa ciudad es el mejor vividero del mundo.
Yo particularmente creo que el libro está bien como ha sido presentado, pero yo no soy crítico literario. A lo que me refiero es que en mi posición de lector suelo recibir las palabras como vienen, las acepto, no pretendo que el escritor me de gusto. De no ser así, solo leería cosas muy aburridas y me impediría a mí mismo vanagloriarme con la sorpresa que muchas lecturas me han generado. Este libro de Pablo Montoya dice mucho, nos guste o no el tema o la forma en la que está escrito. Presenta una realidad latente de la que costará mucho que los colombianos logremos desprendernos: estamos marcados por la violencia.
