Este libro empieza como termina. Suele pasarme lo mismo cada vez que leo un libro de Saramago: en mi mente se mueve un anhelo inquietante, casi desesperado, que me hace pensar en que cuando sea grande quiero ser como él. Mente ilusa, mente tonta. Ya estoy grande y lejos muy lejos de ser, o más específicamente, escribir como Don José.
En las intermitencias de la muerte Saramago nos lleva de lo general a lo particular de una forma pulcra. El hilo conductor es muy claro. Y lo que en principio es un gran acontecimiento poco a poco va puntualizando su razón de ser y se convierte en la personificación de la muerte. Una muerte así, en letras minúsculas, conocedora de su propia insignificancia en la totalidad misma del proceso de la existencia (y la no existencia), con un papel muy bien definido que deja de lado la dicotomía entre la vida y la no vida. Sin necesidad de vanagloriarse como la antagonista de dios, vemos a la muerte ejerciendo su papel en la burocracia de la existencia y, sin poder evitarlo (o tal vez si) humanizándose día tras días por medio de las decisiones que va tomando y gracias a la música que la hace consiente de otras cosas allende la existencia misma.
Así pues, como se lee en e párrafo anterior, es mucho lo que puedo decir de este libro, pero no es de mi interés convertir este espacio en un análisis literario exhaustivo, si no, como siempre, expresar alguna experiencia personal que he tenido con la lectura.
En general, este libro mantiene algunas reglas estéticas que podemos encontrar en varias de las obras de Don José, por no decir en todas, que le dan un estilo narrativo característico y que podemos considerar como exclusivo en su aporte a la literatura: en la narración se entrelazan los dialogos entre los personajes con el cuerpo escrito, sin el ´simbolo usual de los diálogos o el uso de el guión (-) como figura que permite señalar un diálogo, sino con comas (,) y el uso inmediato de mayúsculas, el lector debe entender que hay un intercambio, una conversación entre los personajes y no perderse en el intento de comprender quién es quién. De igual manera, de la nada, el narrador le habla, le pregunta, le sugiere al lector que partiipe de la obra activamente. En otras palabras, leyendo a Saramago no somos lectores pasivos, si no lectores activos con los cuales el autor, o los personahes mismos, mantienen una comunicación constante.
Palabras más, palabras menos, Saramago es un genio, o al menos así lo considero yo. Son pocos los libros que me quedan por leer de su palmarés y espero leeros dentro de poco tiempo. Por lo pronto, no esta demás decir que en las intermitencias de la muerte, el libro termina como empieza.