Este libro está lleno de una acción trepidante. La historia está dividida en dos partes: los acontecimientos que se narran en la década de los noventa, y los acontecimientos que se desarrollan diecisiete años después.
El autor, Javier Castillo, presenta una obra bien estructurada, llena de intriga y de una violencia que pone la piel de gallina. Y esta violencia es explícita desde el inicio. Que un hombre aparezca desnudo en medio de la calle y con la cabeza de una mujer colgando de sus manos no es algo común. Pero es el inicio de una trama que se desarrolla en dos épocas distintas en donde cada suceso parece clave para esclarecer el crimen que se presenta. Y el comienzo también de una sucesión de crímenes que no parecen tener una explicación.
En el intento de conocer las motivaciones que dieron pie para el desarrollo de este cruel crimen, el autor nos lleva a conocer diferentes acontecimientos que se derivan en otro montón de crímenes. De esta manera, los protagonistas de la obra se vislumbran todos como posibles autores de las atrocidades manifestadas, o inevitablemente, como víctimas inherentes de una serie de situaciones alienadas, macabras.
En general todo marcha bien en la obra, hasta el momento en que parece que los fenómenos que se suscitan parecen un juego ridículo del azar pero que conllevan todas al mismo lugar, en donde los personajes, sin saberlo, mantienen relaciones insospechadas. Unas de ellas llanas de odio, muchas otras llenas de amor.
Después de diez horas de audio, puedo decir que esta obra ha sido entretenida la mayor parte del tiempo. Lastimosamente, rumbo al final, los argumentos empezaron a ser apresurados y de alguna manera, premeditados, obvios, y también algo cursis. El epilogo de la obra me ha parecido sumamente rebuscado. Pretende dejar abierta una ventana para complejizar la trama desde una perspectiva que nunca se desarrolló.
Agradezco al autor por unas buenas horas de entretenimiento, y deseo que el final de sus demás obras (las cuales espero leer próximamente) sean menos pretenciosos, por no decir, menos ‘holliwoodenses’.
