Amo a mi país, como no. Pero al final, son tantas las vueltas que he dado en la vida que siento que el arraigo y la propia identidad están más definidos por la posibilidad de habitar en el lugar en donde el corazón se siente tranquilo.
Hace casi exactamente un año tuve la oportunidad de hacer un recorrido por el barrio gótico de Barcelona en compañía de un costeño salsero (gran amigo y compatriota) y una historiadora local. Ese lujo no se lo puede dar cualquier turista. El dia se nos fue como si nada después de recorrer rincones insospechados colmados de detalles arquitectónicos esenciales, de escuchar sus respectivas opiniones acerca de la configuración estética de la ciudad, de comer en un delicioso restaurante y de polemizar sobre el centralismo madridista y el independentismo catalán.
Nuestra última parada antes de la despedida fue en una librería, donde Esme me recomendó una obra desconocida para mí, pero que según me dijo había causado revuelo por su contenido político y por su espléndida narrativa. «Patria» de Fernando Aramburo se convertiría en un objeto de casi 700 páginas que ocuparía un lugar irremplazable en mi escueto equipaje.
Ya de regreso en México y luego de terminar unas lecturas pendientes, decidí iniciar este libro. En el se narra desde una perspectiva muy íntima por parte de los protagonistas, la forma en que se ha vivido el conflicto etarra. Las apreciaciones expresadas en esta obra me parecieron sumamente sensibles y a la vez crudas. llegué a preguntarme si en Colombia estábamos lejos de lograr construir una historia literaria tan significativa frente al conflicto armado que hemos vivido, y que aún hoy, en tiempos de una falsa posguerra, mi país sigue viviendo día a día.
La patria es una idea, más que un lugar, y se encuentra en nuestro corazón.